En el hogar nazareno, custodio de los dulcísimos misterios,
San José aprendió del Verbo humanado el lenguaje sin palabras de la ardiente
oración. ¡Cuán elevados serían sus coloquios con Jesús y María en el santuario
doméstico de sus corazones! El casto esposo participaba de los silencios
fecundos de la Virgen Madre.
En la fragua encendida de su alma, batía con golpes de amor el acero candente de las virtudes heroicas. Maestro sapientísimo, enseñadnos a orar sin tregua en el sagrario interior. Que nuestros afanes guarden recogimiento y nuestras acciones sean oraciones hechas vida. Como vos, permanezcamos atentos a la inspiración celestial para cumplir, con prontitud angelical, los designios del Altísimo sobre nosotros.